Stephen
Hawking murió hace dos años y nos dejó, además del ejemplo de una lucha larga y valiente,
grandes incógnitas científicas y humanas acerca del universo y de nosotros mismos:
¿Cuál
es el objeto del universo?
¿Cuál
es el objeto de nuestras cortas vidas de seres inteligentes?
Respecto
del universo, prefiero remitir al lector a los escritos de Hawking
mismo y a las explicaciones de sus estudiosos alumnos. Si el lector
sigue interesado en obtener algunas respuestas y no está en
condiciones de comprender tales textos, podría estudiar un poco de
la historia científica reciente a través de artículos de
divulgación que encontrará, en gran cantidad y variedad de temas y
niveles, en las redes y grupos de estudio.
Algo
diferente y más inmediato es preguntarnos por el sentido y objeto de
nuestra vida individual, personal, corta o larga, que siempre será
corta en comparación con la del universo. ¿Por qué y para qué
vivimos?
Aquí
toma todo su sentido la respuesta sincera que cada uno dé en su
mundo interior a la pregunta:
¿En qué creo yo?
Porque sin duda es
la fe que tenemos la que da y sostiene el valor y el objetivo de
nuestra propia vida personal.
Hoy
tratemos de encontrar nuestra verdadera fe, esa que nos sostiene cada
día, sobre todo cuando las cosas no resultan como deseamos. Miremos
de frente las razones por las cuales actuamos, luchamos y nos
esforzamos y una vez que tengamos nuestra respuesta clara,
califiquemos el credo que hemos venido aplicando en el diario vivir y
procedamos a reforzarlo o modificarlo para entrar en una nueva y
mejor etapa de existencia sobre la tierra.
Nuestra
fe tiene siempre una componente natural y otra espiritual. Alguna de
ellas puede ser nula, pero en una vida equilibrada y realmente feliz
las dos componentes tienen que estar en equilibrio. Nuestra vida
física no debe anular nunca nuestra vida espiritual, como tampoco la
vida espiritual ha de menospreciar la vida del cuerpo.
Elijamos
el objeto de nuestra fe humana natural y espiritual. Si elegimos
creer en Dios, hagamos que sea una fe viva, que produzca resultados
de ascenso espiritual, de servicio a los demás, de honestidad
profunda. Si elegimos NO creer en Dios, impulsemos nuestra fe humana
hacia el mejoramiento de la humanidad y actuemos para dejar un mundo
mejor a los que vienen detrás de nosotros. De cualquier forma
necesitamos, para darle valor al tiempo de vivir esta existencia, que
la honestidad de nuestra vida esté en consonancia con nuestra
elección de fe.